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Cómo el discurso de odio amenaza la democracia

September 25, 2025 • De parte de Nicolette Karina Kalfas
En una época en que los valores democráticos están cada vez más bajo tensión, el discurso de odio ha surgido como una de las amenazas más acuciantes para las sociedades democráticas de todo el mundo.

Según la Agencia de los Derechos Fundamentales de la UE, las denuncias de delitos de odio en Europa aumentaron casi un 20 % en los últimos cinco años, lo que refleja una tendencia global más amplia documentada por la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. La proliferación de discursos de odio, especialmente en línea, socava los pilares de la democracia, perturba la cohesión social y silencia las voces de los grupos vulnerables. Sin embargo, combatir esta tendencia se ve complicado por la necesidad de proteger la libertad de expresión. Equilibrar estos dos imperativos: defender la libertad de expresión y combatir el odio, nunca ha sido tan urgente.

Como afirmó el Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres: «Abordar el discurso de odio no significa limitar o prohibir la libertad de expresión. Significa evitar que el discurso de odio se convierta en algo más peligroso, en particular la incitación a la discriminación, la hostilidad y la violencia, algo prohibido por el derecho internacional» (Naciones Unidas, 2019).

Una idea errónea peligrosa: Discurso de odio vs. Libertad de expresión

En el centro del debate se encuentra una idea errónea persistente y peligrosa: que cualquier intento de regular el discurso de odio vulnera automáticamente la libertad de expresión. Esto suele ser una falsa equivalencia. La libertad de expresión es una piedra angular de las sociedades democráticas, protegida por el derecho internacional de los derechos humanos y consagrada en instrumentos como la Declaración Universal de Derechos Humanos (artículo 19) y el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (PIDCP).

Estos derechos permiten a las personas buscar, recibir y difundir información e ideas. Constituyen la base de otras libertades democráticas, como la reunión pacífica, la participación en asuntos políticos y la libertad religiosa. Sin embargo, estas libertades no son absolutas. El artículo 20 del PIDCP, por ejemplo, prohíbe explícitamente «toda apología del odio nacional, racial o religioso que constituya incitación a la discriminación, la hostilidad o la violencia».

El Plan de Acción de Rabat de la ONU ofrece orientación para distinguir entre la expresión protegida y la incitación ilícita, enfatizando que las restricciones deben estar cuidadosamente justificadas, ser proporcionadas y necesarias para prevenir daños o garantizar la igualdad y la participación inclusiva.

De las palabras a la violencia: Los delitos de odio como atentado contra la democracia

El vínculo entre el discurso de odio y los delitos de odio no es especulativo, sino que está bien documentado. El discurso de odio a menudo sienta las bases ideológicas para los delitos de odio al normalizar la intolerancia, deshumanizar a grupos específicos y fomentar la idea de que la violencia está justificada o es inevitable. Cuando la retórica de odio no se cuestiona, envalentona a individuos y grupos a actuar en consecuencia, convirtiendo las palabras en daño físico directo. Estos delitos socavan los principios fundamentales de igualdad, dignidad y justicia que forman la base de las sociedades democráticas. Los delitos de odio generan miedo, suprimen la participación en la vida pública y fracturan el tejido social inclusivo esencial para el florecimiento de la democracia.

El impacto real del discurso de odio

El discurso de odio no es simplemente lenguaje ofensivo. A menudo es precursor de crímenes de odio, división social e incluso atrocidades masivas. En la era digital actual, la retórica incendiaria puede difundirse globalmente en segundos, amplificando su alcance y consecuencias. Como lo demuestran la historia y los casos contemporáneos, el lenguaje ha sido un poderoso instrumento para incitar a la violencia, movilizar el extremismo y despojar a grupos de su dignidad y derechos.

Consideremos el caso de Bielorrusia, donde los medios de comunicación estatales emiten un segmento semanal titulado "La Orden de Judas", que señala a los llamados "traidores" del régimen. Esto incluye a líderes de la oposición, periodistas, artistas y exfuncionarios. Al atacar públicamente a individuos, el Estado fomenta un clima de miedo, reprime la disidencia y normaliza la exclusión y la hostilidad dentro de la sociedad.

De manera similar, en el contexto de la guerra de Rusia contra Ucrania, se ha empleado sistemáticamente un lenguaje deshumanizante para etiquetar a los ucranianos como "nazis", una estrategia retórica que busca justificar la agresión y distorsionar la realidad. Estas narrativas no son solo propaganda: son vehículos de incitación, manipulación y erosión de las normas democráticas.

Plataformas digitales: Aceleradores y campos de batalla

Las plataformas en línea se han convertido en el principal campo de batalla en la lucha contra el discurso de odio. Si bien ofrecen oportunidades sin precedentes para la libertad de expresión y el diálogo global, también son caldo de cultivo para la radicalización y la incitación. Reconociendo esto, la Unión Europea ha tomado medidas significativas para abordar el odio en línea.

En 2016, la UE lanzó un Código de Conducta para contrarrestar el discurso de odio ilegal en línea, en colaboración con empresas tecnológicas como Facebook, Twitter y YouTube. Desde entonces, la iniciativa se ha ampliado para incluir a TikTok, LinkedIn y otras, estableciendo un grupo de trabajo multisectorial para abordar la desinformación y el discurso de odio en línea.

La UE también apoya estrategias más amplias, como el proyecto EUvsDisinfo, destinado a exponer y combatir las campañas de desinformación rusas. En 2021, la Comisión Europea adoptó una Comunicación que propone añadir el discurso de odio y los delitos de odio a la lista de delitos de la UE, enfatizando aún más la urgencia y la gravedad de la amenaza.

Combatiendo el odio sin silenciar la disidencia

Para defender la democracia, los responsables políticos y las sociedades deben mantenerse alerta no solo ante el aumento del discurso de odio, sino también para proteger la expresión legítima y la disidencia. La solución no es la censura generalizada ni la intervención gubernamental descontrolada. En cambio, debemos emplear una combinación de herramientas legales, educativas y sociales.

La ONU alienta a los gobiernos a priorizar la libertad de expresión en lugar de la represión, promoviendo contranarrativas, invirtiendo en alfabetización digital y fomentando el diálogo inclusivo. La educación desempeña un papel fundamental en la creación de una cultura de tolerancia y pensamiento crítico, capacitando a la ciudadanía para reconocer y rechazar el odio en todas sus formas.

Mientras tanto, la cooperación internacional sigue siendo vital. Organismos de monitoreo como la Comisión Europea contra el Racismo y la Intolerancia (ECRI) del Consejo de Europa han documentado sistemáticamente el aumento de incidentes de discurso de odio dirigidos contra minorías, migrantes y comunidades LGBTQ+ en los Estados miembros. Estos datos proporcionan una base fundamental para intervenciones políticas basadas en la evidencia.

Los socios de la Coalición Global para la Democracia lideran el camino

Si bien la amenaza del discurso de odio es abrumadora, muchas organizaciones de la Coalición Global para la Democracia ya están implementando enfoques pioneros que defienden la libertad de expresión y combaten activamente las narrativas de odio. Su trabajo ilustra cómo la sociedad civil puede responder con creatividad, rigor y solidaridad.

En Malasia, ARTICLE 19 ha apoyado a jóvenes y comunidades marginadas mediante talleres de narración e iniciativas de medios ciudadanos, empoderándolos para compartir perspectivas ignoradas y desafiar las narrativas de odio desde la base. De igual manera, el Proyecto Global Contra el Odio y el Extremismo (GPAHE) realiza investigaciones pioneras que exponen cómo los movimientos extremistas explotan las plataformas digitales para difundir la intolerancia y la violencia, garantizando que tanto los responsables políticos como el público tengan acceso a evidencia creíble de estas amenazas.

El Laboratorio de Investigación Forense Digital (DFRLab) del Atlantic Council adopta un enfoque complementario, dotando a periodistas y actores cívicos de las habilidades necesarias para investigar e informar sobre el extremismo y el odio en línea. Al desarrollar capacidades en técnicas de investigación, DFRLab fortalece la resiliencia de las democracias frente a las campañas digitales coordinadas de odio. Al mismo tiempo, PEN America ha desarrollado manuales de campo sobre acoso en línea que ofrecen orientación práctica a escritores, periodistas y activistas que se enfrentan al discurso de odio y al abuso selectivo, combinando estrategias legales, técnicas y psicológicas para la resistencia y la recuperación.

En conjunto, estos esfuerzos subrayan que contrarrestar el discurso de odio no se trata de silenciar la disidencia, sino de amplificar las voces diversas, proteger a los grupos vulnerables y reforzar el compromiso democrático con la dignidad y la igualdad. Demuestran que la comunidad democrática global ya posee las herramientas y la determinación para afrontar este desafío de frente.

Defendiendo la democracia desde dentro

El discurso de odio socava los cimientos de la democracia. Erosiona el pluralismo, suprime la participación y crea divisiones entre las comunidades. Si no se controla, puede incitar a la violencia, legitimar el autoritarismo y desmantelar las normas que sustentan la vida democrática.

Sin embargo, la respuesta no es debilitar nuestro compromiso con la libertad de expresión, sino reafirmar y definir sus límites. Como nos recuerda el Secretario General de la ONU, Guterres, regular el discurso de odio no consiste en silenciar ideas, sino en prevenir daños y preservar el espacio donde todas las voces, especialmente las de quienes corren riesgo de exclusión, puedan ser escuchadas. El camino a seguir reside en fomentar tanto la libertad de expresión como la dignidad humana, para que la democracia siga siendo un espacio para todas las voces.

 

Descargo de responsabilidad: Las opiniones expresadas en este comentario son las de los autores y no representan necesariamente la posición institucional de IDEA Internacional, su Junta de Asesores o su Consejo de Estados Miembros.

Sobre los autores

Nicolette Karina Kalfas
Research Assistant
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