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Élites radicales y democracia en América Latina

América Latina está inmersa en una suerte de contraola democrática. Desde el reseteo del proceso constituyente chileno, a la persecución judicial en Guatemala o el nuevo estilo autoritario en El Salvador, pasando por el cuestionamiento de la democracia en Brasil, la democracia parece estar en serios aprietos en la región.

Aclaración: Las opiniones expresadas en este comentario son las del autor. Este comentario es independiente de intereses políticos o nacionales específicos. Las opiniones expresadas no representan necesariamente la posición institucional de IDEA Internacional, su Junta de Asesores o su Consejo de Estados Miembros.

 

Al igual que ha ocurrido en Estados Unidos y Europa, el retroceso democrático está impulsado por la emergencia de liderazgos que cuestionan los principios básicos de la democracia liberal, como la protección de los derechos civiles o la separación de poderes. La literatura sobre democracia en Ciencia Política señala que la élite política juega un papel central en la instauración y el desarrollo de la democracia, pero también en su deterioro o colapso en situaciones de crisis. Sobre este último punto, se considera que entre las causas más comunes de la quiebra de las democracias están la falta de apoyo democrático de las élites y su radicalismo ideológico. Estas dos actitudes de las élites están interrelacionadas. Como se ha señalado en algunos trabajos, el radicalismo de las élites afecta negativamente a la democracia si va acompañado de falta de apoyo a las reglas de juego democráticas. En cambio, cuando las élites son radicales pero no apoyan los valores democráticos, no solamente no deterioran el sistema democrático, sino que lo fortalecen.

Con este panorama en mente, donde las élites son actores clave para la erosión o defensa de la democracia, ¿cómo de radicales son estas élites?, ¿apoyan la democracia? Para responder a estas preguntas recurrimos a Base de Datos de Élites Latinoamericanas de la Universidad de Salamanca, que desde 1994 realiza encuestas a los legisladores latinoamericanos sobre aspectos como democracia, economía, preferencias programáticas, relaciones internacionales y carrera política, entre otros.

En primer lugar, para medir el radicalismo de los legisladores latinoamericanos tomamos la pregunta de autoubicación ideológica en la escala 1-Izquierda a 10-Derecha. Consideramos radicales a los diputados que se autoubican en las posiciones extremas de dicha escala: 1-2 en el lado de la izquierda y 9-10 en el lado de la derecha. No distinguimos el extremo, sino que tomamos al total de diputados ubicados en los extremos, esto es, radicales. La figura 1 presenta estos datos:

Figura 1. Evolución del radicalismo en la élite latinoamericana (1993-2022)

En esta figura pueden identificarse los distintos ciclos que ha vivido la región por país. Por ejemplo, en el marco de la marea rosa de principios de siglo puede identificarse con bastante claridad el aumento del radicalismo en Bolivia, Ecuador, Nicaragua, El Salvador, y algo más tarde en Uruguay. La llegada de fuerzas políticas de izquierda al gobierno de estos países fue acompañada de una mayor presencia de diputados ideológicamente radicales. Llama la atención que en los últimos años haya habido una reducción del radicalismo en los legislativos de estos países, con la excepción de Nicaragua, cuyo gobierno ha consolidado un régimen autoritario. La crisis política de 2019 en Bolivia y la victoria de la oposición en Ecuador, Uruguay y El Salvador podrían estar detrás del cambio de tendencia.

Más recientemente puede verse el aumento, menos pronunciado y drástico que en la marea rosa, pero no por ello menos importante, del radicalismo en Chile y México. En estos países nuevos liderazgos y fuerzas políticas outsiders han accedido al poder, encabezadas por Gabriel Boric y el Frente Amplio y AMLO y Morena respectivamente. Si bien tienen estilos discursivos distintos, buena parte de sus partidarios y aliados en el legislativo se autoubican ideológicamente en el extremo izquierdo de la escala. En contraste, las recientes victorias de la izquierda en Argentina, Colombia, Honduras y Perú no han supuesto un incremento significativo del radicalismo en sus respectivas cámaras legislativas.

Por otro lado, en Costa Rica, Guatemala, Paraguay y República Dominicana el radicalismo ideológico ha sido y sigue siendo minoritario debido a la ausencia o debilidad de los partidos programáticos con representación parlamentaria. Algo similar ha ocurrido en Panamá, aunque con el fin del bipartidismo y la llegada al poder de Ricardo Martinelli y su partido Cambio Democrático en 2010 se incrementó el radicalismo y esto se ha mantenido con altibajos.

En cuanto al apoyo a la democracia, desafortunadamente los cuestionarios de PELA no incluyen en la serie temporal completa preguntas sobre el apoyo a la democracia. Sí hay dos preguntas que pueden dar cuenta del apoyo a las instituciones democráticas en abstracto: “Hay gente que dice que sin partidos no puede haber democracia” y “En un contexto de amplia competencia partidista, ¿hasta qué punto está Ud. de acuerdo con la afirmación de que las elecciones son siempre el mejor medio para expresar unas determinadas preferencias políticas?”. La escala de respuesta en ambos casos va de 4-Muy de acuerdo a 1-Muy en desacuerdo. Ambas preguntas, tomadas en conjunto, reflejan el apoyo a dos instrumentos democráticos básicos para la democracia liberal como son los partidos políticos y las elecciones. Cuestionarlos en abstracto es cuestionar democracia como forma de gobierno. La figura 2 presenta la evolución de este apoyo en la región.

Figura 2. Evolución del apoyo a la democracia en la élite latinoamericana (1993-2022)

 

Un primer vistazo a los datos confirma que el apoyo a la democracia es desigual en la región. Hay países que han vivido un aumento que se ha revertido en años recientes (Chile, Ecuador, El Salvador, Nicaragua, Panamá), y otros donde se ha producido un deterioro constante de hace tiempo (Guatemala, Honduras, Perú).

La fatiga democrática en América Latina se ha vuelto evidente en Chile y Ecuador en los últimos años. Desde mediados de la década de 2010 ambos países han experimentado importantes cambios. En el plano económico han padecido la desaceleración económica de China y la caída del precio internacional de las commodities. A nivel social, hubo un incremento de la movilización social que tuvo su cénit con la oleada de protestas sociales de 2019, que también afectó a Colombia. Sin embargo, en el ámbito político-institucional ha seguido caminos distintos. En Chile, la reforma del sistema electoral en 2015 permitió que nuevas fuerzas políticas críticas con el sistema político diseñado por la dictadura de Pinochet, como el Frente Amplio, obtuvieran representación y llegaran finalmente al gobierno. En Ecuador la división del movimiento indígena y de Alianza País tras ruptura de Lenín Moreno con el correísmo provocó importantes cambios en el sistema de partidos y facilitó la llegada al poder de Guillermo Lasso. En el caso de Panamá, en cambio, la fatiga democrática está relacionada con los escándalos de corrupción que desde 2014 han salpicado a los últimos gobiernos.

En Nicaragua y El Salvador las circunstancias han sido muy diferentes. El retroceso en el apoyo a la democracia en estos países entre las élites fue previo a la llegada al gobierno de presidentes con tendencias autoritarias. Tanto Daniel Ortega a partir de su victoria electoral de 2006 como Nayib Bukele desde 2019 han sostenido un discurso crítico con los valores de la democracia liberal. A pesar de las similitudes entre ambos casos, como señalamos más arriba, el radicalismo ideológico se ha incrementado en Nicaragua, pero no en El Salvador. En este último país el radicalismo y el apoyo a la democracia habían ido de la mano desde la transición a la democracia. No obstante, la crisis de legitimidad de los partidos tradicionales ha provocado un descenso del apoyo a la democracia y ha facilitado la llegada al gobierno de un presidente aparentemente centrista, pero con estilo autoritario. Además, a diferencia de lo que sucede en Chile, donde la democracia sigue gozando de buena salud, en Nicaragua y en El Salvador la falta de apoyo democrático de las élites ha avanzado de forma paralela a la erosión del sistema democrático, tanto así que Nicaragua hace tiempo que es un régimen autoritario y El Salvador, a juzgar por los últimos datos de V-Dem y de Freedom House, también va camino de serlo. Quizá como muestra de la nueva deriva del país, no fue posible realizar el trabajo de campo en la actual Asamblea con súper mayoría legislativa del partido de Bukele.

La caída del apoyo a la democracia entre la élite de Guatemala, Honduras y Perú viene de más atrás. En Guatemala se viene mermando desde mediados de la década de 2000, pero se agudizó tras la renuncia del presidente Otto Pérez Molina entre protestas ciudadanas por un escándalo de corrupción. En Honduras, el descenso es gradual desde comienzos del nuevo milenio y ha coincidido con erosiones democráticas graves como el golpe de Estado a Manuel Zelaya en 2009 y la internacionalmente cuestionada reelección de Juan Orlando Hernández en 2017. En Perú, al igual que en estos dos países, el deterioro del apoyo democrático ha sido constante desde los últimos años del gobierno de Alan García (2006-2011) y se ha acelerado desde la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski en 2018. La desafección política en estos tres países se ha trasladado también a las élites y las fuerzas políticas escépticas con la democracia liberal, pero no necesariamente radicales, cada vez tienen mayor representación en el legislativo.

En contraste con lo anterior, países como Argentina, Bolivia, Colombia, Costa Rica y Uruguay no han experimentado cambios importantes en el apoyo a la democracia en los últimos años. Bolivia es un caso curioso ya que el golpe de Estado a Evo Morales en 2019, si bien radicalizó a la élite, no tuvo efectos en su apoyo a la democracia. Paraguay, México y República Dominicana son los tres únicos países en los que hubo un incremento del apoyo democrático. Y ya hemos visto que en México ese aumento ha sido paralelo al de diputados radicales.

Los casos de Brasil y Venezuela deben ser puntualizados. En Brasil, aunque los datos llegan hasta 2018, la encuesta se realizó a los parlamentarios electos en 2014, antes de la victoria de Bolsonaro de ese mismo año. Con seguridad los nuevos datos que se recaben reflejarán un aumento del radicalismo, pero es incierto si habrá o no cambios en el apoyo democrático de los diputados. En Venezuela no se pudo realizar el trabajo de campo para los Congresos electos en 2005 y 2010, de modo que sólo hay datos para 1993, 2000 y 2016.

Estos datos nos permiten extraer algunas conclusiones. En primer lugar, el radicalismo ideológico de las élites tiene un peso importante en varios países de América Latina. Desde comienzos del siglo XXI ha crecido en Bolivia, Ecuador, Nicaragua, El Salvador y Uruguay, y más recientemente en Chile y México. En los demás países o no ha habido un repunte del radicalismo en los últimos años, o directamente siempre han contado con cámaras legislativas ideológicamente moderadas: Costa Rica, Guatemala, Paraguay y República Dominicana. En segundo lugar, la mayoría de los países han vivido un retroceso del apoyo a la democracia. En Chile, Ecuador, El Salvador, Nicaragua y Panamá el deterioro es reciente, mientras que otros como Guatemala, Honduras y Perú lo vienen sufriendo de forma gradual desde hace décadas. Finalmente, aunque el aumento del radicalismo y la falta de apoyo a la democracia de las élites puedan afectar negativamente a la democracia en la región, son fenómenos que no siempre van de la mano. De hecho, el radicalismo acompañado de apoyo democrático no sólo no deteriora necesariamente la democracia, sino que incluso puede ser una vía para su consolidación, como ha ocurrido en Chile y Uruguay.

 

Este artículo fue cedido para ser publicado en Café Semanal Latam.

 

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Acerca de los autores

Asbel Bohigues
Profesor de Ciencia Política de la Universidad de Valencia (España)
José Manuel Rivas
Profesor de Ciencia Política de la Universidad de Salamanca (España)
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