Las elecciones ticas en clave comparada latinoamericana
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La incertidumbre que caracterizó al proceso electoral costarricense hasta el mismo día de las elecciones, quedó parcialmente despejada durante la noche del pasado domingo 4 de febrero, ya que los resultados del mismo no lograron aclarar de manera definitiva si los ticos desean un cambio a fondo o, por el contrario, prefieren la continuidad del oficialismo. La respuesta a esta pregunta deberá esperar hasta el domingo 1 de abril, fecha en la que tendrá lugar la segunda vuelta que disputarán Fabricio Alvarado, del Partido Restauración Nacional, (PRN) ubicado en el primer lugar con el 24.91% y Carlos Alvarado, del oficialista Partido Acción Ciudadana, (PAC) quien obtuvo la segunda posición con el 21.66%.
La elección tica constituye el pistoletazo de salida de la maratón electoral latinoamericana 2018, de la cual forman parte otras cinco elecciones presidenciales: Paraguay 22 de abril; Colombia 27 de mayo; México 1 de julio; Brasil 7 de octubre y Venezuela (sin fecha definida por el momento). Estas seis elecciones presidenciales forman parte de lo que vengo denominando como el super ciclo electoral latinoamericano: 14 elecciones presidenciales entre noviembre de 2017 y noviembre de 2019 (de las cuales a la fecha dos ya se han llevado a cabo: Chile y Honduras).
El propósito de este articulo es analizar la elección tica en clave comparada latinoamericana, para identificar 9 de los principales rasgos y tendencias que están presentes tanto en Costa Rica como en los diversos procesos latinoamericanos, a saber:
1. Alto nivel de incertidumbre y volatilidad. Como en Chile y Honduras, la incertidumbre y la volatilidad han sido dos grandes protagonistas de estas elecciones. La campaña se caracterizó por ser una montaña rusa electoral. Consecuencia de todo ello, se llegó al 4 de febrero no solo con escasas certezas sobre quién sería el más votado sino también con la idea de que al menos 4 candidatos tenían opciones reales de pasar a la segunda vuelta. Lo único seguro era que nadie se acercaría al 40% establecido por la ley electoral para evitar el balotaje.
A este complejo e incierto panorama, se agregó el impacto que produjo la opinión consultiva de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (sobre matrimonio igualitario), quien, en mi opinión, de manera irresponsable y sin ningún sentido de la oportunidad (respecto del efecto que la misma podría llegar a tener en el desarrollo de la campaña, como de hecho ocurrió), dio a conocer la misma a escasas semanas del día de la elección. Y como era de esperar, en un país en el que cerca del 70% rechaza la uniones del mismo sexo, el mensaje de Fabricio Alvarado en defensa de la familia tradicional tuvo un fuerte impacto. Este “shock religioso” cambió el eje del debate (opacando temas como el escándalo del cementazo y el grave déficit fiscal), le ayudó a don Fabricio a pasar del 2% (que le daba la encuesta del CIEP en noviembre del 2017) al 24.91% (que obtuvo el 4/2) y lo convirtió en el candidato más votado de la primera vuelta. Por su parte, Carlos Alvarado también experimentó un crecimiento muy importante pasando del escaso 4% (que tenía en las encuestas del mes de noviembre de 2017) al 21.66% de los voto, lo cual le permitió superar al candidato del PLN, ocupar el segundo lugar y pasar al balotaje.
2. Aguda crisis y descrédito de los partidos políticos tradicionales. Al igual que en numerosos países de América Latina, este fenómeno también está presente en Costa Rica. El electorado ha mostrado desconfianza, cansancio y malestar con las fuerzas políticas tradicionales (PLN y PUSC) afectadas por escándalos de corrupción e incapaces de dar respuestas a los principales problemas del país. Estos comicios han enterrado al histórico bipartidismo, ya que por primera vez ninguna de las dos fuerzas que hegemonizaron el poder durante las últimas décadas estarán en el balotaje.
3. Mayor fragmentación. El fuerte rechazo hacia los partidos históricos generó la emergencia de nuevas fuerzas políticas, entre ellas un movimiento evangélico, que produce un alto nivel de fragmentación, caracterizado por candidatos independientes, o candidatos con un discurso anti-sistema o populista, o bien por candidatos con muy buena capacidad oratoria y fino olfato para identificar “issues” que mueven a las sociedades, pero que representan partidos muy débiles desde el punto de vista de su institucionalidad. Todo ello trae como consecuencia no solo la necesidad de ir a un balotaje, sino tambien (dado que la integración de la Asamblea Legislativa queda definida en la primera vuelta) que los presidentes electos por lo general no cuenten con mayoría propia en el Congreso. El resultado es una gobernabilidad compleja, caracterizada por fuertes choques entre los poderes ejecutivo y legislativo, como ha sucedido en Brasil (impeachment de Rousseff) o Perú (intento frustrado de vacancia de Kuczynski), o bien la incapacidad del Ejecutivo de poder ejecutar sus proyectos por no contar con el suficiente respaldo legislativo. De hecho este es uno de los principales obstáculos que viene enfrentando Costa Rica desde hace bastante tiempo: la pugna ejecutivo-legislativo que ha impedido tomar medidas consensuadas para hacer frente, entre otros graves desafíos, el constante incremento del déficit fiscal.
4. Otra vez hubo sorpresa pero esta vez por partida doble. Si en la elección de 2014, la elección del candidato del PAC, Luis Guillermo Solís fue una sorpresa, en la pasada elección, el pase a la segunda vuelta de los Alvarados, dejando por fuera de la misma, por primera vez, a los dos partidos tradicionales (quienes quedaron el tercer y cuarto puesto) fue una sorpresa doble.
5. Importancia creciente del balotaje. Durante los últimos años, la mayoría de las elecciones en América Latina se han decidido en las segundas vueltas (en aquellos países que la tienen regulada): Colombia en 2014, Argentina y Guatemala en 2015, Perú en 2016, Ecuador y Chile en 2017.
En el caso de Costa Rica, este país vivirá su tercer balotaje (de un total de 17 elecciones presidenciales que han tenido lugar desde 1953). Si durante los primeros casi 50 años nunca hubo necesidad de ir a una segunda vuelta (1953-2001), en cambio, en los últimos16 años (2002-2018), tres de las cinco elecciones presidenciales tuvieron que ir al balotaje para definir a su presidente. En esta oportunidad, la polarización del electorado forzó un nuevo mapa político, en el cual un movimiento evangélico (PRN) y el oficialista PAC, dejaron a los partidos políticos tradicionales (PLN y PUSC) fuera del balotaje. Por todo ello, en mi opinión, este segundo balotaje consecutivo evidencia que éstos se han vuelto un elemento constitutivo del sistema político-electoral costarricense.
6. Gobernabilidad compleja. Las elecciones de Costa Rica dejan una herencia enrevesada en cuanto a la gobernabilidad con un poder legislativo muy dividido. Con 14 diputados (de un total de 57) el PRN será la segunda fuerza parlamentaria (detrás de la del PLN con 17 diputados). Por su parte, la fracción del PAC tendrá 10 diputados (tres menos que la anterior) similar a la del PUSC compuesta por 9 diputados. Las otras fracciones son las del Partido Integración Nacional (4), Partido Republicano Social Cristiano (2) y Frente Amplio (1). Si bien ha disminuido el número de partidos presentes en la Asamblea (de 9 en 2014 a 7 en 2018) ninguna agrupación tendrá mayoría propia en el legislativo. El resultado de esta primera vuelta es una Asamblea Legislativa nuevamente muy fraccionada con la que tendrá que lidiar el próximo Presidente.
7. Aumento del abstencionismo. Similar a lo que ocurrió en la primera y segunda vuelta en Chile (2017), y lo que podría llegar a darse en Colombia (entre otros países), en Costa Rica la abstención ha sido nuevamente muy alta: 34,34% (la segunda más alta de los últimos 60 años). En mi opinión el abstencionismo en Costa Rica llegó para quedarse.
8. Empleo, corrupción y delincuencia dicen presente. Además del grave déficit fiscal, estos tres temas (similar a lo que vemos en otras campañas electorales) están en el centro de la agenda. Pese al crecimiento económico logrado en los últimos cuatro años (por encima del 3%, y por ende superior a la media latinoamericana) el desempleo es alto: 9.5% (también superior a la media de la región). Por su parte, los escándalos de corrupción que recorren la región (Lava Jato y Odebrecht), vinculados en algunos casos con la cuestión del financiamiento político, influyen en los contextos políticos. La campaña electoral costarricense ha estado marcada, al menos hasta enero, por el escándalo del “cementazo” que afectó al partido en el gobiermo y a los tres poderes de la nación. Finalmente el tema de la delincuencia también constituye uno de los desafíos mas importantes, ya que el número de homicidios ha crecido con fuerza, llegando en 2016 a 12 homicidios por cada 100000 habitantes (la cifra más alta en la historia del país).
9. El papel cada vez más relevante de los sectores evangélicos. Un predicador evangélico (Fabricio Alvarado) ha logrado canalizar el voto conservador, tanto cristiano como católico, que está a favor de la familia tradicional y que rechaza fuertemente los matrimonios entre personas del mismo sexo, convirtiéndose de este modo en el candidato más votado. El protagonismo creciente de los neopentecostales en un buen número de elecciones en América Latina no debe pasar inadvertido: en 2015 triunfó en Guatemala el evangélico Jimmy Morales; en México López Obrador ha establecido una alianza con un partido evangélico (PES) de cara a las elecciones del 1 de julio de este año, y en Brasil Jair Bolsonaro (segundo en las encuestas detrás de Lula) coquetea con esos sectores con miras a los comicios de octubre de 2018, lo mismo que hace el uribismo en Colombia. Pero es en Costa Rica (entre todos los países de la región) donde a la fecha ha tenido un mayor impacto, como bien analiza el Semanario Universidad: el 25% de los votos para diputados fue a partidos cristianos, el 50% de los diputados electos de Restauración Nacional son pastores evangélicos, y el candidato presidencial (pastor evangélico) ocupó el primer lugar en la primera vuelta y tiene buena probabilidad de llegar a la Presidencia. Un elemento importante también a tener en cuenta es que Fabricio Alvarado dominó en los cantones con mayor abstencionismo y menor nivel de desarrollo.
10. Las instituciones electorales y la cultura política importan. La exitosa labor profesional del Tribunal Supremo Electoral (una de las instituciones con mayor grado de legitimidad y credibilidad en el país y también de mayor prestigio regional) ha sido fundamental para inyectar tranquilidad y, sobre todo, confianza a un proceso tenso y complejo. El desarrollo del proceso durante el día de las elecciones con absoluta normalidad, la celeridad y transparencia de los resultados durante la noche de la jornada electoral por parte del Tribunal Supremo Electoral, la ausencia de candidatos que se autoproclaman vencedores antes de conocer los resultados electorales oficiales, y la rápida aceptación de los resultados oficiales por parte de todos los candidatos, son algunos de los aspectos que confirman no solo la existencia de una institución electoral con altos nivel de profesionalidad y legitimidad sino también, la tradicional cultura política democrática que caracteriza a la sociedad costarricense a sus actores políticos.
Conclusiones
Costa Rica ha vivido una primera vuelta confusa, compleja e inédita sobre todo si se compara con lo que ha sido la historia electoral de la democracia más estable y antigua de América Latina. El escenario a corto plazo sigue marcado por la incertidumbre sobre los posibles resultados del balotaje. Si bien toda segunda vuelta es una nueva elección y los candidatos no son dueños de los votos, Fabricio Alvarado arranca con cierta ventaja, pero la última palabra no está dicha, sobre todo en una segunda vuelta tan larga y tan incierta como la tica (55 días de duración). Por todo ello, el escenario sigue abierto. Como bien expresa el Semanario Universidad: “el país vuelve a las urnas con pocas certezas, una escalada religiosa y un contraste entre las distintas costarricas”.
A mediano plazo, y con independencia de quien sea el ganador el 1º de abril, los problemas de gobernabilidad van a seguir presentes debido a que el próximo presidente llegará al poder con un elevado número de votos prestados y sin una amplia base de apoyo en un legislativo muy fragmentado. En resumen, se auguran serios problemas de gobernabilidad justo en el momento en el que Costa Rica necesita acometer grandes y urgentes desafíos que obligarán a duros ajustes para reducir el abultado déficit fiscal y dar respuesta efectiva a las múltiples demandas ciudadanas. En un sistema político muy fragmentado, que pareciera haber llegado para quedarse, el sistema presidencial costarricense debe aprender, con urgencia, a conformar coaliciones no solo para competir electoralmente sino también para gobernar.